No, claro
que no quisimos verlo arribar reclamando futuro con la sonrisa triste. Claro
que no quisimos verlo rebuscando entre nuestros desperdicios acumulados. Claro
que no quisimos verlo arrastrar su carro de hierro y cartón cerca de los niños
que preguntan. Preferimos contemplar el flamante escaparate de la tienda de
electrodomésticos, admirar la nueva pantalla de leds de alta definición y
setenta pulgadas en la que se puede ver el final de esta historia,
balanceándose inerte a dos palmos sobre el suelo.
25 ene 2013
14 ene 2013
67 | La acacia (carrera verde)
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Y llevó hasta allí a su hijo para que viera lo que era un árbol. |
Esta es la ilustración que ha generado el microrrelato de Paloma Hidalgo, con la que cojo el testigo y lo entrego a Puck. Si queréis leer el micro de Paloma que inspiró la ilustración visitad su blog.
Siento el retraso, pero durante el fin de semana me ha sido imposible hacer nada... Me hubiera gustado dedicarle más tiempo a la ilustración pero no lo tengo. En otra ocasión intentaremos hacerlo mejor. Ánimo Brócolis.
11 ene 2013
66 | Columbine
Hoy mamá va a probar con la pistola porque dice
que el subfusil no le cabe en el bolso. En mi familia nadie sale a la calle
indefenso. Papá, con la Magnum en la cartuchera sobaquera. Mi hermano Johny su
fusil, la abuela Dorothy una Smith & Wesson de titanio, para que no le
tiemblen mucho las manos por el parkinson, al abuelo Joe no hay quien le separe
de su viejo Winchester, sin embargo mi hermana Wendy se empeña en solo llevar
al instituto un spray de pimienta. Siempre he sospechado que era adoptada.
Este es el microrrelato que escribí con la frase del microrrelato ganador semanal de Mónica Sempere. Os recomiendo visitar su blog.
Quizá te interesen los otros micros de la serie: La voz de los niños.
8 ene 2013
65 | Flores azules (carrera verde)
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Ilustración de Sara Lew |
A ver cómo se nos dá esta carrera verde.
Satur atravesaba el complejo
nuclear abandonado en su bicicleta nueva cuando pinchó. Si su madre pudiera
verle por ese agujerito del que todos hablaban le hubiera dejado sin postre un
mes entero, pero Satur necesitaba impresionar a Azucena y cuando Pedro le retó
a traer una de las flores azules que solo crecían en la vieja central nuclear
supo que no podía permitirse quedar cómo un cobarde. Todo lo que había oído
de la central daba miedo. Pinchar en aquel momento era terrible, pero cruzar el
extra-radio caminando de noche, eso sí era realmente peligroso.
Al menos había cogido la linterna, así que decidió esperar que vinieran a
buscarlo. Se sentó en las escaleras del edificio de oficinas y observó el
contenedor de hormigón del gran reactor. Unos arbustos azules se encaramaban al
muro agrietándolo con sus raíces. Mientras anochecía, Satur se lamentaba de
haberse dejado llevar. Quizá Azucena no valorara tanto la valentía. De pronto,
oyó un crujido que provenía del reactor. Encendió la linterna. El débil haz apenas
alcanzaba un pequeño arbusto azul que crecía a unos treinta metros de donde
estaba. La apagó, no quería quedarse sin batería. Un segundo crujido le hizo volver
a encender. Nada. Solo alcanzaba a los arbustos más cercanos. Apagó. Crujido.
Encendió. Aquellos arbustos parecían estar cada vez más cerca. Aguantó la
linterna encendida durante minutos. Los arbustos no se movían. La bombilla
empezó a fallar. Apagó. Crujido. Encendió. La luz era muy débil, pero no había
duda. Los arbustos se le habían echado encima. Uno parecía crecer sobre la
bicicleta. Se levantó e intentó abrir la puerta de las oficinas. Algo rozó su
hombro. La linterna rodó por el suelo. Notó decenas de ramas rozándole, agarrándole. Perdió el conocimiento.
Despertó con el sonido del motor.
Era de día. Su madre había venido a buscarlo con el todoterreno. Encontró la
bicicleta y lo llamó a gritos durante minutos. Satur intentó llamarla, no pudo.
Ella pasó ante él varias veces como si no lo viera. Al mediodía cargó la
bicicleta en el coche y se alejó por donde había venido. Satur se miró las
manos y entendió que en aquel estado debía olvidarse de su madre y de Azucena.
Esperaría a la noche, para encaramarse al contenedor del reactor y así, poder
agrietar el hormigón con sus nuevas raíces.
3 ene 2013
64 | La correa
Soy de
gatillo incómodo pero detesto la injusticia. El niño llegó al despacho
caminando a regañadientes por las somantas. Aceptar el encargo fue pan mordido,
pero saber a quien demonios pertenecía aquella correa era otro cuento. El
escenario: La Cocina del Infierno, veinticinco manzanas podridas de edificios
con personas ciegas, sordas y mudas. La pista: un cinturón de cuero largo, con
varios agujeros adicionales, tan gastado que sólo podía pertenecer a alguien
más desarrapado que los gusanos.
Pregunté por algún zángano malcomido que caminara sujetándose los calzones. Lo
encontré, lo encañoné hasta un callejón. Sus rodillas crujieron contra los
adoquines cuando mi cliente, aquel niño de apenas ocho años, salió de las
sombras. Hijo, perdona, dijo, no lo haré más. Cierto, contestó él. Nadie se
asomó a la ventana, incluso los gatos que rebuscaban en la basura permanecieron
indiferentes cuando disparé. Dejamos el cadáver a las ratas, cobré y observé
alejarse al niño. Había dejado de cojear.
Micro finalista en el certamen de novela negra de Dargerust.
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