Quejica, en su última entrada, nos pide que escribamos sobre un sueño, sobre una pesadilla, o sobre algo relacionado con ese mundo onírico. Yo soñé con algo parecido a lo que narraré a continuación hace tiempo. Tomé unas notas en medio de la noche esforzándome por no olvidar los detalles y ahí se quedaron, en la libreta, olvidadas, invisibles, cómo si se escondieran de mí hasta ver el momento propicio de volver a aparecer. Y hete aquí que hoy han salido.
La ilustración (hacía tiempo que no las comentaba) la realicé para un cartel, también hace tiempo. Quién sabe si es de la misma época que el sueño. La cuestión es que no dispongo de tiempo para hacer una nueva, y aunque no la veo guante del relato si podría ilustrar uno de los instantes de la narración así que aquí os la dejo a ella también.
Un saludo, y gracias a Quejica por la iniciativa. No sólo de concursos vive el micro.
Soñó
que se encerraría en casa para siempre.
No, no volvería a cruzar la puerta blanca, no caminaría por los lugares
comunes, no emborronaría la libreta de bocetos, no sacaría punta a los lápices
de colores, no lavaría los pinceles con jabón, no acabaría el cuento iniciado,
no afinaría el laúd, no volvería a escribir ni una sola nota, no indagaría
nuevos sabores en la cocina, no volvería a escuchar el chisporroteo de las
llamas en el hogar, y por supuesto, nunca más abriría la caja de cartón donde
atesoraba sus recuerdos.
Se sentó en un rincón, a oscuras, desnudo sobre la alfombra turca, acompañado
únicamente por la soledad y el silencio, jugando una partida de póker con
Morfeo…
El sol y la luna vinieron a visitarle una y otra vez, bailaban juntos, sucediéndose
para hacerle compañía, para que reaccionara. El viento traía hasta su
ventana las hojas rojas y doradas de los árboles vecinos. La lluvia repicó en
el cristal como el percusionista loco que olvida el ritmo en pleno concierto,
la nieve se amontonó en el alfeizar sin esperanza. Perdió la partida y sucumbió.
El trino de los pájaros madrugadores le despertó. Subió resuelto a la azotea. Los
lánguidos rayos del alba intentaron frenarlo con su roce, pero su voluntad se
impuso. Saltó al vacío dispuesto a dejar el mundo atrás. No podía imaginar que aquel viaje sería mucho más largo de lo que había
previsto. Sintió como la piel de su espalda se desgarraba. Sus sentidos no le
engañaban, dos enormes alas de plumaje pardo formaban ahora parte de él, tan
suyas como sus brazos y piernas, tan própias como su corazón. Las batió y
remontó el vuelo. Y se elevó, se elevó hasta que su prisión fue solo un pequeño
punto en el suelo lejano y desde allí comprobó que el mundo era mucho más
grande de lo que había imaginado nunca…